Dime si te resultan familiares las frases siguientes…
- Sé perfectamente que está mal, sin embargo lo hice, no sé porque no pude contenerme.
- Yo no quería hacerlo, pero fue más fuerte que yo y lo hice y ahora me siento muy mal.
- He orado y le he pedido a Dios perdón y que me ayude a no hacer esto de nuevo, sin embargo caigo una y otra vez, no sé que hacer.
- Me duele mucho esto que hago, me siento muy mal delante de Dios, pero siento que no puedo evitarlo, creo que estoy perdido, quisiera morirme.
Todas estas frases, han sido parte de mi vida en algún momento de mi existencia y sé que hoy día muchos hermanos sufren de forma similar.
Y para mi sorpresa el mismísimo apóstol Pablo se sintió alguna vez de la misma manera pues escribió.
“… lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago”. Romanos 7:14.
Todos los creyentes en Cristo que de forma genuina amamos a Dios sufrimos en nuestra conciencia y en nuestro corazón cuando sabemos que hemos hecho algo que no le agrada a Dios que además entorpece nuestra comunión con él y por lo tanto debemos entender las causas que nos motivan a cometer tales acciones.
Pablo mismo explicó la causa cuando dijo…
“De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí”. Romanos 7:17.
El problema esencial contra el cual buena parte de la comunidad cristiana se enfrenta, es la presencia del pecado en su corazón, pues no han comprendido verdaderamente el alcance del sacrificio expiatorio de Jesucristo, quien como cordero de Dios, quitó absolutamente todos los pecados de la humanidad (Juan 1:29), es decir que Cristo nos liberó no solo de los pecados del pasado sino inclusive de los pecados futuros y por supuesto que también nos ha liberado de los pecados actuales.
Si el cristiano permite que el pecado permanezca en su corazón, entonces será este pecado el que tome el dominio y le haga cometer pecado delante de Dios.
La reincidencia en el pecado obedece a la terrible confusión de la cual muchos hemos sido presa, pues a veces entendemos al remordimiento como si se tratara del arrepentimiento, el Señor Jesús fue claro cuando dijo.
“No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. Lucas 5:32.
El remordimiento es la sensación de tristeza, preocupación, angustia o dolor a causa de algo que hicimos mal noten lo que pasó en el siguiente pasaje…
“Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo. Y toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho”. Lucas 23:47, 48.
Aquí la gente no se arrepintió verdaderamente de haber crucificado al Señor, sino que sencillamente se sintieron mal después de haber apreciado el espectáculo que les significó su crucifixión y ante la declaración del centurión quien dijo…
- Verdaderamente este hombre era justo
El arrepentimiento al que hemos sido llamados, precede al remordimiento y además exige, volvernos atrás y dejar de hacer el mal que estábamos haciendo.
Pablo en su angustia exclamó.
“¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”. Romanos 7:24.
Así que para vencer al pecado que mora en cada uno, primeramente debemos reconocer y aceptar que Jesucristo nos ha limpiado de todo pecado y si no lo sientes así entonces debes pedirle perdón a Dios y aceptar y recibir a Jesucristo como tu único y suficiente salvador.
Enseguida debemos recurrir a la confesión y arrepentimiento de eso que hicimos mal en apego a 1 de Juan 2:1.
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.
Asimismo debemos rendir nuestra debilidad al Señor y pedirle que sea él quien tome la victoria sobre el pecado en nosotros.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. Romanos 8:1, 2.
“Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”. Romanos 8:12-15.
Es importante ejercitar la vida en el Espíritu, orando en todo tiempo (Lucas 21:36), escudriñando la escritura (Juan 5:39), no dejando de congregarnos (Hebreos 10:25), predicando el evangelio de la salvación.
Nunca olvides que…
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Filipenses 4:13.
Amén.
Dios Te Bendiga.
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