jueves, 24 de abril de 2008

El dios y la mártir

De nuevo delante del monitor.
Lo que me trae hoy a escribir, es el hecho de que he tomado una decisión sobre mi vida. Me rehúso a pensar en tener enamorada hasta los 20 años. Estaré dispuesto recién cuando haya madurado, cuando me haya dado cuenta de lo que no se debe hacer, y cuando encuentre ala chica que me robe el sueño, que me muestre el mundo de una manera distinta, que crezca conmigo y me impulse a crecer. Y sé que no la tendré que buscar. El amor no es forzado. Tampoco la amistad, ambos solamente se dan cuando uno sabe que será una relación de bienestar mutuo, y que cumplirá su función.
La otra noche entré al messenger, y me la encontré. La llamaremos Lucía, tiene 16 años y está terminando el colegio. Desde que la conocí, hubo una química especial. Debo confesar que cuando la conocí pensé que nuestra relación sería fácil y caería por su propio peso. Me equivoqué. Ya pasó mas de un año y no hay nada, por lo menos nada que pase de una gran amistad, pero mis perspectivas fueron echadas por tierra la primera tarde que salí con ella. Era un martes, me parece, y yo fui a recogerla del colegio. La en ese entonces quinceañera me deslumbró esa mañana: La vi mas alta que nunca, y me deslumbró su sola presencia. Debo confesar que yo fui con un solo objetivo: Fiel a mi costumbre, iba a indagar sobre ella, sobre su vida y costumbres y sobre su familia. Encontré muchos parecidos. Pero, solo eran parecidos. Nada concreto. Nada que me decidiera a tomar el siguiente paso. Fiel a mis costumbres, en mi mente sólo decidí descartarla. Pensaba que esa aparente inmadurez, esa confrontación de ideas que nos dominaba cada vez que hablábamos era motivo suficiente para descartarla de plano. Mi ser metódico y analítico me jugó una mala pasada. Pasó el tiempo. Pasaron los meses, y nuestra "amistad" se caracterizaba por las peleas constantes, que tenían motivos infundados: Me llegaba que me hablara de sus afanes, ella odiaba mi manera metódica y nada disimulada de ver la vida: Todo calculado, todo muy pensado, todo hecho de manera gélida. Yo odiaba que se hundiera en un vaso de agua, que se deprimiera porque su hermana estaba lejos, o porque llegaba, y ella sabía que se iría, o porque simplemente se fue. La melancolía la embargaba, y yo, un ex-melancólico, odiaba eso. Consideraba que no había problema lo suficientemente grande como para que no pudiera ser superado. Y la odiaba porque ella consideraba lo contrario. Todos sus gigantes eran todopoderosos, y eso me dolía, trataba de ayudarla, y aunque yo creía que podía, ella no se dejaba, y eso me frustraba más.
Debo aceptarlo. Desde antes de conocerla yo era megalómano. Me creía todopoderoso. Consideraba que yo tenía la solución a todos los problemas que enfrenta la raza humana. Exagero. Si, lo hago, pero solo un poco. MUY poco.
Odiaba que no se dejara ayudar. Estaba ocupada en ella misma. En contemplar sus "heridas de mártir", el "fruto de su inmolación", la muestra de su "entrega desinteresada". Ella era la mártir. Y yo era Dios.
Y me sentía Dios. Creía que todo tenía una raíz que sería arrancada con unas cuantas palabras "mágicas". Todo estaba en el campo mental. "Si piensas que estás vencido, bueno pues, tu sabes, lo estás..." Todo estaba en atreverse a cambiar. "Si piensas que no te atreves, si crees que no puedes, si te consideras incapaz de surgir de tu ciénaga, bueno, seamos realistas mi brother, Si no quieres, si no te da la gana, nunca lo vas a hacer." Y claro, junto a la panacea, a la maravillosa cura de todos los males sociales, estaba el poderoso médico, el grandioso e indispensable facilitador del antídoto contra el veneno del mundo. Ese era... yo.
Y yo la odiaba por eso. Porque rechazaba lo que yo le daba, y con eso me rechazaba a mí. Llegué a decirme: "No me importa ella, si no quiere, yo no la voy a obligar (ya lo intenté). Si ella no quiere, nada podemos hacer. La dejaré por su cuenta. Se dará cuenta pronto."
Nunca pasó. La mártir siguió siendo eso: Una mártir. Una mártir de las causas perdidas, una víctima del sistema, una hija típica de padres típicos: Depresiva hija de divorciados.
Y yo no me daba cuenta de que yo seguía siendo eso mismo: Un hijo melancólico de padres separados. En mi caso, madre abandonada.
Pero yo me creía Dios. Y como Dios que era, no me sentía vulnerable. Creía que todo estaba bajo control. Bajo MI control. Yo no me deprimía, yo no añoraba el estar triste, yo no amaba las lágrimas. Yo era una roca, era perfecto, era invulnerable, era DIOS. Era un Dios impasible, que iba a velorios y entierros y no derramaba una lágrima, que escuchaba baladas sin que añorara mejores tiempos, que consideraba que todo trauma pasado había sido superado, que la vida me mostraba una nueva cara mas iluminada.
Hasta que inicié las clases en la universidad. Pensé que sería un tiempo propicio para poner en práctica mis teorías, y "Salvar" a mas gente de una vida mal encaminada, mal organizada, llena de prejuicios y temores. Sería el Mesías.
"Venid a Mí todos los trabajados y cargados, porque yo, y solo YO, los haré descansar." Si. Descansen en mí. Yo soy lo máximo.
Estaba listo para una nueva vida, sin las imprecaciones y las estupideces de mis compañeros de colegio, con mujeres lindas a diestra y siniestra, esperando a "alguien". El efecto fue instantáneo. Empecé una buena relación con TODOS. No había nada mejor. Solo hubo una cosa mala. No duró.
Mujeres: ¿Quién las entiende? M. Twain dijo una vez: "Las mujeres nacieron para ser amadas, no comprendidas" Quizá tenía razón. Hubo una chica muy sonriente y cariñosa conmigo, la llamaré Vicky. Vicky era amable, inteligente, culta, de una familia de costumbres, como la mía, siempre sonreía, y sus abrazos eran muy cálidos. Creo que ese fue el problema.
Pasaron los días y las semanas, y Vicky de un momento a otro cambió su semblante y su manera de ser y tratar: Se mostró fría, especialmente conmigo, demostró poseer un temperamento muy fuerte, de hecho, identifico mi furia bárbara con sus arranques de cólera. Era difícil de creer que una persona que apenas superaba el metro y medio de estatura y quizá no llegaba a los cincuenta kilos de peso, esa chinita de cuerpo menudo, pudiera mostrar que definitivamente, enojada, me superaba. El problema fue que yo fui el receptor de su cólera. Y sentí un dolor indescriptible cuando ella se volvió indiferente. Nunca mas se sentó a mi lado, nunca volví a sentir sus manos cálidas. Nunca vi de nuevo un gesto de complicidad de ella hacia mí. Sentía sus miradas como una puñalada, si es que me las dirigía, porque lo que mas me dolía era esto: No sentir ni siquiera puñaladas. Solo vacío. Un gélido vacío. Para mí era claro que algo había muerto. Pero no sabía qué. Pregunté, le envié cartas por vía electrónica, pero nada. Solo silencio. Traté de pensar que yo no era el problema, y me dijo como que sus problemas eran amorosos. Se lo saqué a duras penas. Luego, el probable desastre. Al ver una aparente herida, volví a mi trono como el Dios de las relaciones sociales. Le escribí una carta de ánimo. Terminé con un: "Puedes contar conmigo para lo que quieras" sí, claro. Ahora me parece que quizá el chico del que ella estaba enganchada era yo, y yo como bruto tratando de consolarla. Y lo peor es que no me di cuenta hasta hace muy poco. Recuerdo que antes de enviarle la carta, le avisé. ¡Que habría creído! Quizá pensó que era lo que tanto había estado esperando. Nunca volvió a ser la misma conmigo. Y me siento idiota. Soy consciente que quizá lo pude haber evitado. Si tan solo no fuera tan inseguro.
Inseguro. ¿Dije inseguro? No. Eso no salió de mi boca. O acaso... ¿Sí?... Imposible, yo no soy inseguro, ya no. Pero quizá, creo que es factible. Aunque no seguro. Creo que es mas que factible. Creo que he mostrado mi inseguridad al no haberme atrevido a hablar cara a cara con ella desde el principio. Y no haberlo hecho la segunda vez, ni la tercera,
Ni cuando hablé por primera vez con Lucía.
Lucía. Debo hablar con ella, debo, debo... debo decirle, es necesario que se entere, le debo contar, quizá me ayude.
Y así, hable con ella: -"Lucía, creo que no parezco, pero creo que lo soy. Tú, ¿Crees que yo soy inseguro?"
La respuesta me heló la sangre como cuando uno se da cuenta que lo amaban en secreto: -"Claro que eres inseguro, lo percibí desde el día que nos conocimos, al bajar por la avenida."
Puñaladas. Eso es lo que ahora siento. Pero fue lo segundo, lo que transformó mi metáfora de una simple similitud a una realidad: "Tu me gustabas, pero como te vi inseguro y vi que no te decidías, todo se enfrió. Y ya pues. Fue"
Balas. Los impactos de proyectiles de Gatling no serían suficientes para escenificar mi sentimiento. Una mezcla de rabia, impotencia, dolor, envidia, saberse descubierto hasta el punto de sentirse desnudo, las balas atravesando mi alma. Y lógicamente también mi cuerpo. Me sentía destrozado. Nunca había sido golpeado y humillado de manera tan rápida, sincera, y criminalmente dura. Tanto mis sentimientos como mis sentidos eran ahora un mar. Una mezcla de sangre, sudor y lágrimas.
El icor se había derramado. Mi divinidad estaba por el suelo. Mi amor propio tenía una gran confusión. Por un lado el hecho de darme cuenta de que soy vulnerable, por otro lado el amor confesado, por otro lado la conciencia perfectamente discernible de que no aproveché eso, de que lo eché a perder.
Solo me quedó agradecerle por la iluminación, e irme a casa hecho un mundo de incertidumbre.
Incertidumbre. Odio esa palabra. Me define tan bien. Y eso es horrible. Lo último que uno quiere en la vida es ser definido con pocas palabras, porque eso denota lo predecible, aburrido, y poco humano que uno puede ser. Eso denota tus muchos aciertos o tus muchos errores, o ambos a la vez, y eso no te hace igual a los demás, eso crea una barrera entre tu y el resto.
Pero ahí estoy.
Preguntándome el porqué. El porqué fui tan tonto. Porqué cerré mis ojos ante lo obvio. Porqué me negué al amor, cuando, lo único que había estado buscando todos estos años, era eso, amor, una pareja, alguien que me quiera y me entienda. Y las maté. Y me siento como el rey de los idiotas. Sí, eso mismo: Un soberano idiota. Me siento como Rocky Balboa casi al final de su pelea con el ruso: Mas idiota que nunca pero aún consciente. Y eso es terrible. Odio ese sentimiento. "Pudiste tener a quien quisieras, cuando quisieras, como quisieras", me digo a mi mismo, pero no, no, yo, con mi inseguridad y mis complejos, cerré esa puerta solo. Me siento solo, más solo que nunca, y también me siento me siento tonto. El más tonto de todos. ¿Cómo se me pudo escapar esta oportunidad, para mi hasta ahora, única?
Lucía. Ella es todo lo que tenía. Y es todo lo que tengo. Es mi único chance, y tal vez el mayor. ¿Pero? Todo tiene un pero, pero esto... esto también. Pero...
Pero... hay algo aquí que no está bien. No sé que es, pero hay algo.
Bueno. Es tiempo de decisiones. ¿Qué haré? Sé que ella me quiso, bueno, quizá aún haya algo. Sé que son conjeturas, pero ahora lo puedo sentir. Todo momento ella se mostró distinta, no podía ocultar lo obvio, pero aún así, obvio y todo, no me daba cuenta. ¿Cómo rayos pude ser tan ciego? ¿Cómo mis ideas estúpidas me hundieron hasta el hecho de no reconocer que ella sentía algo por mí? Y... ahora, ¿Que hago ahora?
Ahora. Ahora algo tengo claro. Tengo que hacer algo. No puedo dejar eso ahí nomás. Yo aún la quiero. No sé si será amor, pero ahora no voy a pensar en eso. Lo único que haré será seguir mi corazón. Eso será lo mejor. Bueno, estoy sobre mi cama ahora, contemplando mi techo. ¿Qué puedo hacer? Ya sé.
"Donde fuego hubo, cenizas quedan". Los divinos dichos populares. Siempre los he escuchado en mi familia. Una vez unas amigas me contaron que yo les recordaba a su abuelita por eso. Siempre los dichos han sido parte de mí. Y siempre les he hecho caso. Esta no será la excepción. Pero necesito estar seguro. Bien, hablemos con Alonso. Mi amigo me ha apoyado en estas cosas desde hace mas de dos años. Él ha sido una suerte de seguro contra incendios: Cuando mi cabeza se incendiaba, y mis relaciones peligraban, el venía y me aconsejaba. Su consejo era ley para mí.
"Hazlo". "Mándate". Fueron sus palabras. "Estás en una buena edad como para hacerlo, y luego, si acaso te equivocas, nov importa". Bueno. He renunciado a mis propios análisis. He renunciado a mi análisis preliminar en el que descarté a Lucía. Necesito hablar con ella. Necesito proponerle eso. Puede que aún sienta algo. Puede que aún... le guste.
Gusto. ¿Qué es un gusto? ¿Qué significa que una chica te guste? Y lo más importante: ¿Es suficiente que te "guste" para estar con ella? Como podrán leer, tengo mis dudas. Pero a quien le importan mis dudas, Si tengo a una linda chica a mi lado, no debería de interesarme. Bueno. Hablaré con ella esta misma noche.

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